Nos perfilamos en la edad de los sueños y el dibujo era de
un intenso rojo pasión. Luego el agua de la vida lo destiñó traduciendo nuestra
historia a rosado papel desvaído. Busqué recetas en el viejo libro Arreglos del hogar pero definitivamente
el dibujo se desvaneció. Ahora mi llanto garabatea pálidas nubes que llaman al
ocaso.
La anciana regaba los geranios en el balconcito de la sala y
su gato Quiyo, envidioso de las flores, se colocaba entre los tiestos con la
boca abierta al agua y el susto en el cuerpo. ¡Quita, Quiyo! ¿No ves que te voy a calar? Pero el gato y el hombre
solo aprenden con los chaparrones, así es que la anciana colocó la regadera
sobre Quiyo hasta que el escaldimojado gato salió volando - como ágil gorrión que huyera de la fuente
- y vino a cavilar al trastero ¡Pobres
flores! – se compadecía - ¿Pues no
las envidiaba yo?
Créanme, el hombre que salió a las seis en punto de aquella
mañana de octubre para ir al puerto de Santander, conocía muy bien su destino.
Caminó erguido hasta el malecón y recibió sin sonrisa a los que saltaban de la
lancha. A la niña la pasaron en volandas. Debajo del brazo llevaba el caballero
un paquete oscuro que no soltó en manos del navegante principal hasta que no
vio correr bien lejos a la chiquilla. Luego, solo se oía el chapoteo del las
olas, alguien hizo un movimiento leve, casi un gesto, y el hombre aquel que
había salido a las seis en punto conociendo su destino, se desplomó sobre el
cemento, justo al borde de las aguas.
MARÍA CORCALL